EL SENTIDO DEL HUMOR En una atestada avenida, plagada de conductores irritados por el tránsito, una mujer realizó una maniobra que, por casualidad, encerró a otro ciudadano, el que prontamente expresó su disgusto con bocinazos; como la dama no se daba por aludida, acercó su auto al de ella y comenzó a vociferar y gesticular. Ella lo miró y simplemente le lanzó un beso. El caballero quedó desconcertado, tal vez porque esperaba una respuesta tan agresiva como la de él. Así es que no le quedó más remedio que sonreír a su vez y continuar su camino.
Este ejemplo nos introduce en el tema y quisiera citar a Séneca, quien afirmaba:
"Nadie que se ríe de sí mismo puede aparecer risible"; y el filósofo Bertrand Russel, quien decía: "El buen humor es la cualidad moral que más necesita el mundo".
Si saliésemos a preguntar a la gente, conocida y desconocida, si tienen sentido del humor, seguramente la mayor parte de las respuestas serían positivas, probablemente serían pocos los que aceptarían la idea de que carecen de esta condición.
Sin embargo, y a pesar de esta uniformidad, el tema es cómo esa declaración positiva se expresa en la vida cotidiana.
Por alguna extraña y deformada razón se cree que las personas que se toman los "hechos de la existencia" con seriedad son más maduros y confiables que los que se ríen de los problemas.
Recuerdo el eje central de la novela de Humberto Ecco: "El Nombre de la Rosa", donde un monje oculta a toda costa, aún de la muerte, un antiguo texto imaginario de Aristóteles en el que el filósofo ensalzaba la risa como un acto humano por excelencia.
El argumento para impedir su difusión residía en que los hombres no están en este mundo para gozar, sino para arrepentirse de sus pecados y buscar la vida espiritual.
Nietzsche opinaba que: "el poder intelectual de un hombre se mide por el humor que es capaz de utilizar".
El humor refleja la vitalidad de las personas, es un indicador de su capacidad de tolerancia, disfrute y empatía.
Un dato esencial de su salud mental, y a pesar de esa relevancia, parece contradictorio que los tratados de psicología social no lo tengan entre sus temas principales y que no haya manuales de autoayuda destinados a desarrollar el sentido del humor.
Parecería que la posibilidad de hacer uso de esta capacidad está condicionada por los lugares y las situaciones, aceptado o rechazado de acuerdo al contexto.
Hay lugares en los que parece vetado el ejercicio del humor. Tribunales, ministerios, iglesias, comisarías. Otros, donde reír parecería una falta de respeto ante el sufrimiento ajeno.
En realidad, pocos son los que recomiendan reír como una terapia frente a la tristeza, el desencanto o el aburrimiento.
Más bien se acepta que la gente pueda reírse a sus anchas en los sitios socialmente indicados: espectáculos, cines, programas de televisión, reuniones amistosas, comidas regadas de los tragos suficientes para desinhibir los tradicionales controles. Allí, el humor y la risa, se aceptan como válidos y deseables.
Pero aclaremos algunos puntos: no me refiero con sentido del humor a quienes hacen de la talla un estilo de relación, ni a quienes ocultan sus temores a través de la ridiculización o vulgarización de ciertas circunstancias, como se expresa en los típicos chistes sexuales o en el uso del doble sentido permanente, ni tampoco a quienes lo utilizan como un ejercicio de poder tendiente a descalificar al otro en sus debilidades o carencias, a través de la ironía o el sarcasmo.
Reírse de los semejantes poco aporta a la comunicación y a la tolerancia, y está reservado a quienes haciendo uso de sutilezas son capaces de desnudar las contradicciones o las rigideces de una sociedad contracturada.
Es probable que muchas personas ignoren la importancia que tiene como base y sustento de una vida feliz, mientras que otras lo atesoran como un elemento fundamental de su existencia.
Se expresa a través de la risa, la sonrisa, la carcajada; representa nuestra capacidad de inteligencia emocional y también de empatía con los otros, porque genera complicidad y sintonía. Afloja tensiones, genera mejor calidad de vida. Es la terapia antiestrés por excelencia.
Quienes carecen de sentido del humor se definen como personas apáticas y planas, se diría que extraviaron algo principal en el sendero de la existencia, su capacidad de disfrute de hechos mínimos.
En cambio, los que hacen un ejercicio activo del humor son capaces de transformar cualquier situación aparentemente crítica en otra tolerable, principalmente porque ejercen un modo distinto de mirar el hecho.
Los beneficios de la risa se perciben en distintos sistemas. En el muscular, porque alivian las presiones de la vida cotidiana, al tiempo que se liberan endorfinas. Según el neurólogo e investigador William Frey: "durante la experiencia de la risa se produce una gimnasia interior en la que 20 segundos de risa equivalen a tres minutos remando". En el sistema inmunitario y endocrino, potencia la actividad de los linfocitos y eleva la inmunoglobulina A. También es antiestrés porque hace disminuir la concentración de cortisol, a la vez que produce energía a través del aumento de la adrenalina. En el sistema respiratorio, eleva la concentración de oxígeno. En el cardiovascular, logra disminuir la tensión arterial y produce un incremento del transporte de oxígeno.
En fin, no hay lugar del organismo en que la risa y el humor no produzca un efecto positivo y, en este caso, lo que abunda no daña.
Sin embargo, donde mejor se perciben sus efectos es en las relaciones interpersonales porque, quienes lo ejecutan como un mandato cotidiano, reciben más afecto, son mejor considerados, generan a su alrededor un clima positivo. Esto se nota muy especialmente en las relaciones familiares, porque el humor posee ese poder de transformar y minimizar las crisis, mientras que la burla o la ironía las potencia.
Seamos entonces devotos del culto del humor y la risa, tratemos de practicar este culto diariamente con energía y convicción, especialmente con quienes se empeñan en opacar su expresión.